danielm777
Folio en blanco Mensajes : 22 Tinta : 1 Edad : 33
| Tema: El espejo Lun Feb 12, 2018 5:34 pm | |
| Esta es una historia que estoy construyendo paso a paso. Lo que se ve aquí sería parte de la introducción a la historia, y el último párrafo se queda a medio camino de algo. Me gustaría que me diesen su más crítica y visceral opinión acerca de lo que escribí (el que se tome la molestia de leerlo, aunque pienso que es bastante amena la lectura). - Discurso narrativo:
Viernes, aquel día yo había salido a comprar unos artículos de higiene personal al supermercado 24/7 de la esquina, como tenía por costumbre hacer siempre que me viera en la apretada situación de precariedad. Este supermercado era muy extenso en su anchura y su proporcionalidad, se habría necesitado de una cuadra completa, 350 metros planos, para construirlo con todas sus piezas. Siempre estaba abierto, y sus trabajadores igual de dispuestos a atenderte. Este centro se encontraba al sur-oeste, bajando por una de las arterias que conectaba también con la avenida donde viví en aquellos tiempos.
Recuerdo que aquel día no me tomó mucho tiempo comprar justo lo que necesitaba, me vi forzado a realizar las compras con mucho menos esmero que en otras ocasiones debido a mi situación del día.
Fue cuando volvía a mi humilde apartamento mientras Iba caminando por una de las vereda de la avenida St Ivory shawn 34, que es la avenida donde vivía en aquel entonces, cuando viví una extraña situación de alucinación y extrañeza al oír un sonido extravagante que avanzaba a mí, alertando un carácter no propio de un sonido que busca pasar desapercibido en el entorno. Escuchaba en el lugar algún tipo de fluctuación del espectro sonoro sobre las ondas del aire… No sabría cómo describir con certeza aquel sonido pero si pudiese componer una imagen de lo que fue este sonido podría decirse que era como un sonido agudo y martilleante, que se repetía, saltando una y otra vez sin parar; que parecía alargarse cada vez más; como el tono sostenido de una flauta en cada nota ejecutada. Pero es craso error comparar este agonizante sonido con cualquier cosa que pudiera parecerse a una expresión de melodía o tono armónico.
Cada de uno de estos fragmentos o momentos de alternancia del bagaje sonoro parecía iniciar con un estallido de elevada y estrepitosa sonoridad, en el segundo instante el fragmento de sonido caía en intensidad hasta un punto casi imperceptible, en el tercer instante producía un cambio repentino de tono a una frecuencia mayor, elevando al mismo tiempo su sonoridad a un nivel que sobrepasaba el de la etapa de ataque de su envolvente acústico; y el cambio de tono que ocurría se producía en un barrido de frecuencias (Es lo que los músicos llaman legato, hacer una transición con los dedos de una nota a otra pasando por todas las frecuencias intermedias. El cambio de tono era tan elevado que el sonido parecía perderse del espectro audible). Para culminar, en el cuarto instante retornaba al tono de frecuencia previo y cerraba apagándose en intensidad hasta disiparse por completo. Era como oír a un Beethoven borracho rascando sus uñas en una pizarra de madera, ¡cómo podría ignorar semejante manifestación dantesca!.
No había nada alrededor, solo las estrellas que contemplaban desde lo alto la escena con fría indiferencia, y un entorno desentonado y carente de vida que mojaba mi imaginación con un temor vomitivo que me gritaba huir; aunque mi naturaleza aventurista me evitó el huir de la escena. Creo que era lo suficiente mayor para saber que en el mundo hay tantas chorradas inimaginables que a veces es mejor dejarlas pasar, pero mi mente no quería soltar esa impresión, quería galopar en la intriga desenfrenada.
Estaba ahí parado inmutado meditando acerca de lo que escuchaba, y sin darme cuenta pasaron al menos unos tres minutos para cuando el sonido varió hasta convertirse en otra clase de agonizante chillido de mayor intensidad, y de naturaleza aún más confusa para mí; el cambio me golpeó a la cara y dejó atónito; lo que ahora percibía no era, de seguro, de naturaleza humana. ¿Nunca les ha pasado que se han perdido detallando con detenimiento una cosa, tratando que aquello tenga algún sentido?, así fue la situación que viví. Lo desconocido es muy intrigante y a la vez perturbador, algunos les da por correr y otros corren tras el peligro, yo fui de los segundos. Antes de acomodar el juicio las cartas ya estaban echadas, el corazón pudo más que la razón así que decidí dar pie a mí creciente necesidad de terminar por comprender la razón y la naturaleza de dicho sonido.
Solo transcurrieron escasos segundos desde que percibí el segundo sonido, y aceleré el paso para arribar a mi casa y abandonar toda la carga que llevaba encima, y así seguir lo que me había propuesto hacer. De un golpe irrumpí a la fuerza en mi apartamento, y en menos de lo que dura un suspiro dejé todas las cosas que había comprado en el piso de la cocina; apurado con toda la presteza, para volver abajo y seguir la pista de ese sonido que se había escuchado.
La avenida donde se ubicaba mi residencia no era el lugar más idóneo para vivir, pero era el que había, el que alcanzaba a pagar con toda seguridad. Si hay algo bueno qué alabar de esta avenida, era su inmaculado y calmado porvenir, carente de todo ruido exterior que anulara el sosiego que se vivía en sus calles. Bueno esto no era del todo cierto, habían momentos en que deseabas correr de allí; bueno un momento en particular: la hora de dormir; ¡sí!, era trágico… que la hora más importante fuese la hora en que toda esta calma dejaba de existir para mí. Se preguntarán por qué… la respuesta es simple: los gatos, malditos gatos; maullando y guarreando sin parar en las noches; ruido que me acorralaba en la habitación vez tras vez y despertaba en mi la pequeña chispa psicótica que cargo dentro, haciéndome gemir por dentro toda esa crisis traumática que iba creciendo día tras día al ver mis deseos de dormir plácidamente derrumbarse.
Otra idea vaga que guardo en el tintero tras haber vivido allí, es que aún y todo siendo que la zona era una de baja clase social, la decadencia que suele acompañar zonas de este tipo no la encontré aquí. Sus calles eran sucias por fuera pero limpias de presencia de marginales e indeseados. Y la concurrencia de personas era tan escasa que parecía a momentos un lugar inhóspito y deshabitado.
Pero no se crean que esto era así sin ninguna razón. Los jóvenes no les incitaba interés alguno andar por esta avenida cuando comenzaba a anochecer; ellos preferían cualquier otro sitio de la ciudad, y eso era así porque la avenida, como tal, era un punto muerto en la ciudad; ni tiendas, ni lugares recreativos, ni sitios nocturnos, ¿quién se atrevería a montar un local o establecimiento en un sitio tan sucio y demacrado, como era esta avenida?; era así pues que esta avenida era sin gracia, aburrida y tan seca e inútil que perdía cualquier interés para toda alma fiestera de la ciudad.
Ahí en aquella avenida estaba yo. ¿Quién soy yo?, mi nombre es Roberto; no se los había dicho, tenía 28 años de edad para aquel entonces. Se me conocía como un joven sosegado aunque no perezoso; aquel día iba trajeado con una vestimenta que de seguro contaba la historia de lo que hasta ese momento había sido mi día. Era bastante cariñoso, aunque mi cara no invitaba a ese pensamiento; cejudo, de rostro cuadrado, facciones marcadas y unas truculentas ojeras que resaltaban de entre los demás rasgos distintivos de mi rostro (siendo un poco pícaro hasta diría que sería algo así como un rostro de caporegime, pero sin el espíritu ni el ánimo de uno; sea como fuese tenía novia, así que vamos: no debía ser algo grotesco, ¿no?). No destacaba por mi altura, eso sí. Medía apenas un metro con sesenta y nueve, y de complexión era bastante dócil, aunque lo disimulaba con marcados músculos, fruto de largas jornadas de ejercicio en el gimnasio… ¿qué puedo decir?, ya desde ese entonces era un chico propicio al ejercicio y al sano vivir.
Estaba muy agotado por la carga del día; el trabajo y todo lo demás. Según logro recordar mi ánimo para esa hora del día, era un poco menos que dormir (¡si es que cuando me vine en el bus me había quedado dormido!). Lo que hacía en mi rutina de todos los días era trabajar, trabajar y trabajar… Cinco veces a la semana; balancear el trabajo con la diversión y la farda saliendo a comer y beber, si era posible, todas las semanas con coleguitas en el “paralelo” (así se llamaba un bar-restaurant con muy buena reputación en toda la ciudad, al menos fue así en aquellos tiempos…Y estaba siempre atestado de gente y buena vibra). En aquellos momentos de ocio hablábamos más que tomábamos; largas horas de cosas absurdas. En los fines mi novia también se pasaba por mi casa y eso ocurría al menos tres veces cada mes, nos comíamos la cabeza entre gritos y caricias, y ahí estábamos ella y yo como ridículos enamorados insufribles jurándonos fidelidad del uno al otro; ella aferrándose a mí con más fuerza de la que yo a ella.
Recuerdo este día como si fuese ayer, era un viernes de 19 de julio de 2002, hace ya un par de décadas atrás. Había regresado de la oficina al apartamento, al terminar el día, y tenía planificado llegar a mi casa y volar luego al supermercado, a realizar unas compras necesarias, y bueno luego… luego descansar, durmiendo o viendo televisión; aunque no sabía que mi amigo llamaría a casa, en el momento justo, para pedirme que fuese hasta su apartamento para charlar de colegas. El tío cuándo llamó me dijo en un tono muy convincente que por qué no iba a su casa a compartir un rato de máquinas, mala idea no parecía, seguro que de ver televisión acostado como una anciana en la cama y encerrado en mí habitación si era mejor plan de fin de semana. No tengo que decir qué por supuesto que acepté su invitación.
-Me agarras fuera de juego colega, pero… Está bien…Sí, esa va; nos vemos allí. Deja que me vista y estoy allá en una hora. Más te vale tener el congelador atiborrado de cerveza, porque cargo unas ganas de emborracharme que te cagas. -¿No creerás que soy capaz de hacerte eso máquina?, aquí te esperan unas buenas guiris.
-¿Sí?; ¿Seguro?. ¡ Coño Santiagooo !… No cometas el mismo error de la semana pasada; cuando revisé tú refrigerador, estaba más desprovisto que nevera de Santo en ayuno. Te lo digo en serio…Si no hay o si no quedan suficientes cervezas, anda a comprarlas mientras me visto y preparo para ir hasta allá; si te falta dinero después nos arreglamos.
-Venga máquina…, pero ¡apúrate coño que me aburro!. Voy a comprar más cerveza te lo prometo… Te espero aquí en no más de una hora, o si no voy a tu apartamento y le prendo fuego a esa choza de mierda que tienes, que osas tú llamar apartamento jajaja.
-Jajajaj cabrón… Venga, nos vemos. ¡Ah coño!, casi lo dejo ir… que voy a pasar primero por el supermercado para reponer algunas cosas que me faltan de aseo personal. Una hora y media tío, no me tardaré mucho… Iré al supermercado que está a dos cuadras, ¿sabes? el 24/7. Tenía que pasar por el supermercado para comprar unos artículos de aseo personal; debía hacerlo ya hace mucho así que no podía posponerlo más, aunque él no tenía claro mis razones. Le advertí de que haría esta movida y al tío parecía hacerle mucha gracia que me preocupara justo un fin de semana por ir a comprar esas cosas en el supermercado.
-Tío, jajaja…-pensó que estaba tomándole el pelo, por lo que esbozó una risa entre sincera y sarcástica-.¿Es en serio?...-me preguntó con un tono que expresaba todo su desconcierto antes lo que yo había afirmado, haría-. No sé, es que yo esas cosas la hago entre semana cuando salgo del trabajo.
-Si tuvieses que restregarte el culo con champú, en vez de jabón porque te falta, me entenderías. -jajajaja, ¿qué dices tío?, jajajaj. ¡Anda!... ¡pírate ya!...; apúrate.
Muy simpático mi gran colega Santiago, un chico joven como yo aunque mayor; nuestra diferencia de edad se veía marcada por un lapso de 1095 días, o para ser más claro, 3 años, un poco más o un poco menos. Mientras yo iba saliendo del útero el cogía mi brazo, y yo sentía que me precipitaba a la vida diciéndole “tío no me sueltes que se lía parda, no no, es feo aquí, es feo aquí fuera, devuélveme adentro, ¡tira tira tira!”. Era un chico bastante simpático, hasta parecía que habíamos nacido para ser compañeros del alma, tenía su toque de humor particular que lo hacía único; tal vez yo era el único que comprendía el sentido extrapolado de su gracia al hablar, teníamos nuestros códigos de amistad que solo comprendíamos los dos, era una amistad tan reciente pero tan profunda, como si el tiempo hubiese estado esperando que nos encontráramos él y yo. Se puede decir que en momentos lo amé más que a mi novia de entonces. Tener una amistad así no se pierde con nada, ¡solo con la muerte!, si saben a lo que me refiero… bueno por más que deje correr por suerte millones de palabras para tratar de plasmar tan bonita amistad me quedaría corto porque todas las palabras del diccionario no caben en estas letras para definir el significado de lo que fue esa bonita amistad, ¡cómo te extraño viejo!.
De su aspecto exterior destacaba su estatura, que parecía un ferrocarril suspendido por las nubes, diría que medía alrededor del metro noventa. De apariencia desastrada (No era un caballero que estuviese pendiente de agradar a los demás, hacía lo que le salía de los cojones; bañarse o no bañarse, peinarse o no peinarse, no es que no tuviese criterio o amor a sí mismo es que esas cosas les daban igual). Suelo caer en esa mirada inquieta al recordarle, y cómo no, su carácter explosivo, muy enérgico y osado, tenía la mente de un filósofo incomprendido. El rasgo característico de su rostro era que tenía la piel más suave que la nalgas de un bebe, parecía un niño prematuro y era blanco de cojones. Su complexión física, a diferencia de mí, sí que era un chico larguirucho y con la fuerza de un minotauro. Tenía unas medidas en el torso un poco desproporcionadas, sus pectorales parecían una muralla de diamante. El tío era pelirrojo, y cargaba el cabello largo, lo mantenía sujeto tras su espalda con una coleta. Parecía un colgado a veces, llevaba las manos marcadas por cruces y tatuajes de estilo gótico.
Nuestra amistad surgió un día en uno de esos ratos dónde estás en la oficina a la hora del almuerzo y para no parecer un pringado intentas sacar tema de conversación de la suela de tus zapatos con el primero que tengas la oportunidad de cruzar palabras. Éramos los dos, programadores de software, aunque nos distanciaba el área de especialización; a él le iban más los rollos de diseño de maquetación de software, y yo era de los que se encargaba del músculo de ciertos sistemas que manejaba la empresa, encajando todos los engranajes para que funcionasen sin retardos y sin errores de código.
¡Qué rápido avanza esta historia!. Ya que os he puesto en situación proseguiré con la narración; haciendo un recuento: Viernes, en la noche. Había ido a la tienda luego de haber regresado del trabajo. Estaba a tiempo de llegar a mi apartamento para volver a salir hasta casa de mi amigo, justo al momento en que percibí ese sonido de profunda extrañeza.
Estoy a escasos pasos de la vereda, justo al frente de la sala de recepción de mi edificio. Hay un frío mordaz que hiela mis extremidades, me mantiene aclimatado la excitación ardiente que siento por salir a estudiar el sonido que escuché hace unos minutos al llegar a mi apartamento. Ahora el único ruido que percibo en el ambiente, son ciertos grillos que grillan desde algún lugar remoto a mi conocimiento, y por encima puede escucharse una música de rap que retumba como un eco casi imperceptible que avisa su procedencia lejana, se escucha como una gran fiesta o un concierto en algún punto de la ciudad que no está a la vista, tal vez tres o cuatro cuadras abajo. No hay ruido de coches, ni de personas solo la nada hablando a través de la oscuridad de estas calles, que palidece con un aliento suave de luz que aclimata los rincones y entrecejos de los callejones; la calle no está bien iluminada, la línea de focos de luz va saltando entre bombillos que irradian y bombillos que no encandecen. El foco de luz del poste que ilumina el callejón que está a mirar de ventana de mi habitación no funciona. Solo de vez en cuando cruza un coche por las calles impregnando el lugar con un fuerte olor a gasolina, aunque ya de por sí el lugar huele a mugre.
“¿Qué haremos Roberto?, ya no hay sonido, se fue”, me dije, qué decepción… ¡Válgame!, qué decepción… Tanto apuro para nada. Me siento en un muro de cemento que rodea la fachada del edificio. “No me daré por vencido tan fácil, por mis cojones que vuelves aparecer maldito sonido”. Comienzo una larga espera, con el oído presto a captar cualquier señal del desaparecido sonido; sentado ahí leo los mensajes de mi celular, hablo con mi novia y con Santiago al mismo tiempo.
-Tío, una hora con cuarenta y siete minutos. ¿Dónde cojones estás?-si le respondo empezará a objetarme las razones que intenten justificar mi falta; qué cojones… Mejor me hago el desentendido por un rato, que se espere, ¿qué es media hora más?.
-Te extraño bebé, estoy en mi cama pensando en ti-hay unas fotos adjuntas al mensaje, muy subidas de tono. Suelo tener esta dinámica con mi pareja, ella me envía fotos y yo le envío fotos.
¿Cuánto más seguiré esperando?, ¿habrá existido el sonido?. Ahora lo empiezo a dudar, entre más avanza el tiempo me siento más inquieto, y deseo salir de allí de una vez. Solo unos minutos más y me voy.
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