La definición de un ser etéreo
con mil y una historias escritas
y otras dos millones por escribir
pero con una única vida,
tan suya como mía, que es imposible
–o él sencillamente es incapaz–
de describir, o plasmar sobre el folio,
en detalle y con honestidad
cada uno de esos odios
cada uno de esos demonios internos
que yo estúpido retroalimento
que yo imbécil construyo.
Rencores que taponan los oídos
que mantienen mis párpados cerrados
y acelerado un frágil pulso.
Sólo pude exigirle una condición
nada más aparecer entre la miseria,
y entre las ruinas de mi pensamiento:
“¡Déjame en paz y llévate esta tormenta!
Únicamente imploro una felicidad estoica
o sencillamente ahorrarme sufrimientos”
Y en cierta medida, como un genio,
cumplió lo que ambos acordamos
desahogando en prosa y versos
cada uno de mis llantos
y cada uno de estos sentimientos
que, por no salir de mis ojos
o ser disparados de mis labios,
fluían entre y con las palabras
aun desconociendo sus múltiples manejos
y en cuyos significados nos perdíamos
rescatando de la memoria recuerdos viejos
pero siempre con bolígrafo en mano
trazando una –y sólo una– dirección,
buscando cerrar toda herida abierta
y ver cicatrizar a un agonizante corazón
que veía el pasar de los días
siendo yo su recipiente, ya vacío.
A mi yo escritor
o a cualquiera que lea mi alma
entre estos humildes versos:
¿Lo dicho antes pasó en realidad
o sencillamente necesito crear,
para mí, ese reflejo tan neutro?
Una coraza de arena y polvo,
una ilusión con la que estar cómodo,
un estado de indiferencia
—ficticio, pero estado al fin y al cabo—
donde no existía ninguna sensación capaz
de afectar o perturbar mi paz mental
de zarandear este aparente equilibrio.
No lo consigo recordar… con exactitud.